El azor en el páramo
Traducció de Xoán Abeleira
Bartleby Editores
424 pàgines
22 euros
VIENTO
Esta casa estuvo rara, fuera de sí toda la noche.
El fragor de los bosques en la oscuridad, el retumbar de los oteros,
la desbandada de los vientos por los campos, bajo la ventana
vagando a horcajadas, negros, cegadores y húmedos
El fragor de los bosques en la oscuridad, el retumbar de los oteros,
la desbandada de los vientos por los campos, bajo la ventana
vagando a horcajadas, negros, cegadores y húmedos
duraron hasta el alba; entonces, bajo un cielo naranja
los oteros se habían desplazado, y el viento empuñaba
una espada de luz, con un brillo negro y esmeralda,
arqueándose como las pupilas de un loco furioso.
los oteros se habían desplazado, y el viento empuñaba
una espada de luz, con un brillo negro y esmeralda,
arqueándose como las pupilas de un loco furioso.
Al mediodía trepé por un lateral de la casa hasta
la puerta de la carbonera, y, de golpe, alcé la vista arrostrando
el empellón del viento que me abollaba los glóbulos de los ojos –
los oteros resonaban como tiendas de campaña con las cuerdas muy
tensas,
la puerta de la carbonera, y, de golpe, alcé la vista arrostrando
el empellón del viento que me abollaba los glóbulos de los ojos –
los oteros resonaban como tiendas de campaña con las cuerdas muy
tensas,
los campos tiritando, la línea del horizonte una mueca,
a punto de estallar en cualquier instante y salir volando:
el viento lanzó lejos una urraca, y una gaviota de lomo negro
se dobló lentamente como una barra de acero. La casa
a punto de estallar en cualquier instante y salir volando:
el viento lanzó lejos una urraca, y una gaviota de lomo negro
se dobló lentamente como una barra de acero. La casa
tintineaba como una copa de cristal fino en esa nota
que en cualquier instante la va a hacer añicos. Ahora, hundidos
en las sillas, junto a la gran chimenea, tenemos el corazón
en un puño y no podemos disfrutar de un libro, un pensamiento,
que en cualquier instante la va a hacer añicos. Ahora, hundidos
en las sillas, junto a la gran chimenea, tenemos el corazón
en un puño y no podemos disfrutar de un libro, un pensamiento,
ni de la compañía del otro. Observamos el fulgor del fuego
y sentimos cómo se mueven las raíces de la casa, pero seguimos
sentados, mirando cómo tiembla la ventana hacia adentro,
oyendo arruar a las piedras bajo los horizontes.
y sentimos cómo se mueven las raíces de la casa, pero seguimos
sentados, mirando cómo tiembla la ventana hacia adentro,
oyendo arruar a las piedras bajo los horizontes.