dissabte, 28 de novembre del 2009

Mark Strand: novetat editorial

Mark Strand
Tormenta de uno. Poemas
Traducció de Dámaso López García
Visor
122 págines
12 euros




LA SIGUIENTE

I

Nadie se da cuenta de lo que ocurre, pero la arquitectura de nuestro
tiempo
está conviertiéndose en la arquitectura siguiente. Y el destello

del sol sobre las aguas no es nada comparado con los cambios
labrados ahí, al igual que nuestra rebeldía no es nada

comparada con el continuo arrastrar de cosas hasta el límite.
Nadie puede detener el fluir, pero nadie puede hacerlo empezar
tampoco.

El tiempo transcurre rápidamente: nuestras penas no se transforman
en poemas,
y lo invisible permanece como es. El deseo ha volado,

dejando sólo un rastro de perfume tras de sí,
y de los que amábamos son muchos los que se han ido,

y no nos llega ninguna voz del espacio exterior, de los pliegues
del polvo y las alfombras de viento para decirnos que

así es como tenía que ocurrir, y que si supiéramos
cuánto tiempo han de durar las ruinas, nunca nos quejaríamos.

II

La perfección es algo impensable para personas como nosotros,
de forma que, ¿por qué acudir al mismo yo cuando el paisaje

ha abierto sus brazos y nos ofrece maravillosos santuarios
hacia los que dirigirnos? Nos esperan los grandes moteles hacia el oeste,

en el patio de alguien un perro prístino tiene la esperanza de que
pasemos por delante
y sobre la superficie de goma de un lago unos que se balanceen

nos saludarán con la mano. La autopista llega hasta la puerta, vayamos
antes de que arda el mundo de ahí afuera. La vida debería ser algo más

que el peso del cuerpo de quien va de habitación en habitación.
Un paseo por el campo nos vendrá bien o una visita

a las granjas. Pensemos en los pollos pavoneándose,
en las vacas moviendo las ubres, espantando las moscas con el rabo.

Puede uno imaginarse los prismas de la luz del verano rompiendo
contra el mudo sueño del labrador y su mujer, invadido por la calina.

III

Podría haber sido otro cuento, el que se suponía que tenía que haber
sido,
en lugar del que fue. Vivir así,

con la esperanza de revisar lo falso o lo que se ha vuelto ilegible,
no es lo que esperábamos. Creer que el cuento prometido

hubiera sido como un día en el oeste, cuando todo
está presente infatigablemente –las montañas proyectando su larga
sombra

sobre el valle donde el viento canta su melodía circular
y los árboles responden con el seco aplauso de las hojas– era demasiado

sencillo, sin duda, y corto de vista. Porque pronto las hojas,
tras marchitarse, caerían, y la anuladora nieve

sería como una almohada en el paseo y nosotros, pala en mano, nos
encontraríamos,
nos saludaríamos y limpiaríamos la acera. ¿Qué otra cosa nos quedaría

en esta tardía hora del día, sino corregir lo hecho
y comenzar de nuevo, la compasión del sol al desaparecer?